Incluso recuerdo la fecha. El 16 de septiembre de 1973.

Después un verano con demasiada lluvia no hemos podido recolectar el heno para las cabras en la finca. Un granjero de un otro pueblo tenía un pajar lleno de heno viejo. Podríamos conseguirlo gratis si solo lo recogiéramos.

Llegamos por la mañana y lo descargábamos el heno en un carro grande. Tomó muchas horas porque se trataba de varias toneladas.

Luego, la dueña de la gran finca sale al porche y anuncia que podemos entrar a casa por un café. Limpiamos el polvo de heno lo mejor que podemos. No me quito los zapatos, porque los calcetines están llenos de polvo de heno que, en ese caso, terminaría en el bonito piso de tablas.

Los anfitriones han puesto la mesa en el gran salón con valiosas pinturas en el techo y grandes ventanales con señales culturales. La mesa larga tiene un mantel de lino blanco y ya hay unas diez personas vestidas para el domingo en la mesa. Me da la impresión de que se trata de un registro de la propiedad u otra cosa legal, porque el ambiente es deprimente y los invitados no parecen conocerse tan bien. Nos remiten a lugares al final de la mesa más cercanos a la puerta y me avergüenzo de nuestras polvorientas aparaciones.

El café se sirve en una cafetera de cobre pulido. Nunca me ha gustado el café y mi estómago no lo tolera, pero algo en el ambiente me hace abstenerme de preguntar si hay té. Así que me dejo servir una taza de café y la consigo atormentarme con la ayuda de tantos trozos de azúcar como puedo tomar sin llamar aún más la atención. Los ojos están incesantemente dirigidos hacia mí, el extraño de Estocolmo.

Al poco rato, la anfitriona sale de la cocina con más café. Cuando ella viene hacia mí, pongo una mano repulsiva sobre mi taza casi vacía y tengo que decirle que no gracias, soporto mal el café. Pero me escucho decir muy claro mientras un ángel camina por la habitación:

– No gracias, no soporto este mal café.

Se baja el telón. Y la cafetera de cobre está a punto de acabar en el suelo. Y se vuelve aún más silencioso que antes mientras los ojos lo dicen todo. Durante el largo viaje a casa con tractor y carro tengo tiempo para decidir que a partir de este día no volveré a tomar café. Y así se he cumplido.

Svante och Stina framför kaffebilen

Hablando de café …

Mis hijos Svante y Stina con amigos tomando café en Östersund. Delante una camioneta Citroën HY.

Björn och getterna på foderbordet

Las cabras se comen el heno con  avidez.

Getkilling

Este cabrita todavía no tiene cuernos.